Conformada por 85 empresas de 22 estados del país y con integrantes de 33 pueblos indígenas, este miércoles 8 de octubre dio inicio en el Distrito Federal la Asamblea Constitutiva de la Confederación Empresarial Indígena de México (COEIM).
La COEIM surge como una iniciativa de la Red Indígena de Turismo de México (RITA), una organización que reúne a decenas de empresas de servicios turísticos.
En entrevista con Animal Político, Cecilio Solís Librado, fundador de RITA y promotor principal de la naciente COEIM, explicó que desde la Red Indígena de Turismo se detectó la necesidad de crear algún tipo de organización que aglutinara no solamente a las empresas indígenas de turismo, sino también a las dedicadas a otras actividades.
Con esa intención, durante cinco años realizaron varios recorridos por las distintas regiones indígenas del país, donde llevaron a cabo un sinnúmero de reuniones con diversas organizaciones productoras, consiguiendo sumar cada vez más empresas, hasta que reunieron las 85 que firmarán este jueves 9 de octubre el acta constitutiva de la COEIM.
Entre los negocios que se han sumado, se incluyen purificadoras de agua, productoras y comercializadoras de sal, consultores independientes, artesanos, fabricantes de bebidas alcohólicas como mezcal y ron, hoteles, restaurantes, cultivadores de café, jamaica y diversos productos agrícolas, aserraderos y otros.
Entre los socios que tendrá la COEIM, destaca la Comunidad Indígena de Nuevo San Juan Parangaricutiro, Michoacán, a donde en días recientes realizó una visita Animal Político.
Esta comunidad posee ocho empresas que generan mil 500 empleos: 950 permanentes, 200 eventuales y 350 indirectos. Además, cuentan con un programa agropecuario del que se benefician más de la mitad de los mil 254 integrantes de la comunidad y sus familias, que en conjunto tienen 18 mil 138 hectáreas y constituyen alrededor del 36% de los 14 mil 772 habitantes del pueblo de Nuevo San Juan Parangaricutiro, que se localiza muy cerca de la ciudad de Uruapan, en la entrada a la Tierra Caliente michoacana.
Francisco López Rodríguez, encargado de ventas de la empresa de ecoturismo, quien acompañó a esta reportera en el recorrido por las distintas instalaciones, explicó que la primera empresa formada por la comunidad fue la de aprovechamiento forestal, que inició en 1983 con un aserradero y ahora cuenta además con una astilladora, una destiladora de resinas y una fábrica de molduras.
En este complejo industrial maderero, se fabrican cantidad de productos: tablas de distintos tamaños y calidades, duelas, cajas para empaque, tarimas, molduras, celulosa, brea, aguarrás, bastones para escobas, madera estufada y composta. La mayoría se comercializa dentro del estado de Michoacán y algunos en otras zonas del país.
López explicó que no se desperdicia ni una hoja de cada árbol talado y agregó que cuentan con un área técnica forestal, “que es un logro, pues somos la primera comunidad indígena a nivel nacional que recibe una concesión de servicios técnicos forestales”.
En este complejo industrial, el obrero que menos gana recibe 6 mil pesos mensuales y todas las prestaciones de ley. Asimismo, una de las características de esta comunidad es que solamente dan empleos directos a personas que forman parte de la misma, salvo que haya algún trabajo especializado que ninguno conozca. En ese caso, se contrata gente externa mientras los locales se capacitan en ello.
El pueblo de Nuevo San Juan se fundó en 1944, por gran parte de los habitantes que fueron desplazados de lo que era San Juan Parangaricutiro por el nacimiento y la erupción del volcán Paricutín. En esa época, la mayoría de los hombres se fueron a trabajar a Estados Unidos a través del Programa Bracero, pues por la devastación en la región no había fuentes de empleo.
De esta forma, quedaron en la comunidad prácticamente sólo mujeres, ancianos y niños. Según comentó Francisco López, “esto propició que los caciques, coludidos con la autoridad y diversas empresas, comenzaran a explotar el bosque de manera irracional; sin participación o beneficio para los verdaderos dueños, que eran los comuneros, y sin ninguna reinversión al bosque, por lo que cada vez estaba más degradado.”
“Al regresar nuestra gente de California, se encuentra con eso y entonces, en los años 70, comienza un fuerte movimiento social para recuperar el bosque y para que los beneficiarios de su explotación fueran los comuneros”, recordó. Fue así como nació el proyecto comunitario, cuando en 1979 obtuvieron el primer permiso de aprovechamiento forestal.
Paralelamente al desarrollo de la empresa de aprovechamiento forestal, surgieron la empresa de transporte y la tienda comunal. La primera, por la necesidad de traslado de los obreros al aserradero, que se localiza a las afueras del pueblo, y la segunda, según López, “por la necesidad de asegurarnos productos de la canasta básica a un precio justo, pues los comerciantes los acaparaban y no los soltaban hasta que subía el precio.
“Es entonces cuando comenzamos a traer productos para la venta exclusiva de los comuneros y después abrió la tienda al público en general. Esto reguló los precios dentro del pueblo”, relató López Rodríguez. Más adelante abrieron también una distribuidora de fertilizantes y una fábrica de muebles que vende a tiendas departamentales del país.
Después de varios años de solicitudes y trámites, la Comunidad Indígena de Nuevo San Juan Parangaricutiro obtuvo la concesión de la televisión por cable del pueblo. Así, desde el 2000 sumaron esta empresa a las anteriores y proporcionan el servicio a toda la población a precios accesibles.
Actualmente cuentan con mil 859 suscriptores que reciben 75 canales a un costo de 170 pesos mensuales. Las antenas y las instalaciones de esta empresa están en la parte alta de la casa comunal, que es el edificio más alto del pueblo, en el que se encuentran la mayoría de las oficinas de las empresas.
Ahí se localiza la oficina de la purificadora de agua, una empresa que funciona en un contexto de elevados consumos de agua en temporada de sequía. “Al ver la mala calidad del agua que nos vendían y que teníamos manantiales, pusimos la purificadora (en 2004), pero para ello fuimos a visitar a la organización Pueblos Mancomunados de Oaxaca, que ya tenían una y así aprendimos de ellos para poner la nuestra”, explicó Francisco López.
Su marca es “itsi pura” (itzi significa agua en purépecha) y embotellan en presentaciones de medio litro, un litro, cuatro litros y garrafones.
La última empresa creada por la comunidad fue el Centro Ecoturístico Pantzingo, en 2007, aunque las primeras cabañas se construyeron desde 1996, cuando estudiantes y académicos del Departamento de Ecología de la UNAM estaban haciendo investigación en el bosque y les quedaba muy lejos transportarse diariamente desde el pueblo.
Poco después se estableció una unidad de manejo ambiental (UMA) de venado cola blanca y, una vez que terminó el proyecto de investigación de la UNAM, quedaron disponibles las cabañas y la UMA.
El centro turístico fue creciendo y funcionó como parte del Departamento de Desarrollo Integral de la comunidad hasta 2007, año en que se constituyó como una nueva empresa, la cual comenzó a brindar otros servicios turísticos como paseos a caballo, visitas guiadas al volcán y a las ruinas del pueblo viejo, y se construyeron una tirolesa, una pista de comandos y un campo de gotcha.
Actualmente el centro cuenta con varias cabañas de distintos tamaños, un albergue para 48 personas, un restaurante y un salón de usos múltiples. Además de lo anterior, tanto la energía eléctrica como los calentadores de agua, funcionan con un sistema de paneles solares.
Por su trabajo, la Comunidad Indígena de Nuevo San Juan Parangaricutiro ha recibido varios reconocimientos nacionales e internacionales, entre ellos, destacan el Premio Ecuatorial, otorgado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), por reducir la pobreza a través del uso sustentable de la biodiversidad y el Premio al Mérito Ecológico que otorga la SEMARNAT, ambos en 2004. Un año después, obtuvieron el Premio Alcan por sus aportes a la sostenibilidad económica, medioambiental y social.
Por Margarita Warnholtz para Animal Político